A veces por
supuesto usted sonríe, y no importa lo linda o lo fea, lo
vieja o lo joven, lo mucho o
lo poco que usted realmente sea.
Sonríe. Cual si fuese una revelación, y su sonrisa
anula todas las anteriores, caducan al instante
sus rostros como máscaras, sus ojos duros, frágiles, como
espejos en óvalo.
Su boca de morder, su mentón de capricho, sus pómulos
fragantes, sus párpados, su miedo.
Sonríe, y usted nace. Asume el mundo, mira sin
mirar, indefensa, desnuda, transparente.
Y a lo mejor, si
la sonrisa viene de muy, de muy adentro, usted puede llorar sencillamente, sin
desgarrarse, sin desesperarse, sin convocar la muerte ni
sentirse vacía. Llorar, solo llorar.
Entonces su sonrisa, si todavía existe, se vuelve un arco iris.

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