jueves, 27 de octubre de 2016



A veces por supuesto usted sonríe, y no importa lo linda o lo fea, lo vieja o lo joven, lo mucho o lo poco que usted realmente sea.
Sonríe. Cual si fuese una revelación, y su sonrisa anula todas las anteriores, caducan al instante
sus rostros como máscaras, sus ojos duros, frágiles, como espejos en óvalo.
Su boca de morder, su mentón de capricho, sus pómulos fragantes, sus párpados, su miedo.
Sonríe, y usted nace. Asume el mundo, mira sin mirar, indefensa, desnuda, transparente.

Y a lo mejor, si la sonrisa viene de muy, de muy adentro, usted puede llorar sencillamente, sin desgarrarse, sin desesperarse, sin convocar la muerte ni sentirse vacía. Llorar, solo llorar.
                                                           
Entonces su sonrisa, si todavía existe, se vuelve un arco iris.

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